El día 25 de octubre por la noche llegué a Piura después de un largo viaje de tres vuelos desde Alicante. Llevo ya una semana aquí, y me resulta increíble lo rápido que pasa el tiempo, hay tantas cosas qué hacer, tantos momentos que vivir…
Como Joaquín ha comentado ya varias cosas sobre Manitos, os contaré un poquito mi experiencia personal hasta ahora. El martes por la mañana, después de una noche de descanso después del palizón del viaje, me levanté muy tempranito para recorrer el centro de la ciudad de Piura, con ayuda del mapita de Joaquín (aquí los voluntarios nos vamos ayudando unos a otros según va llegando alguien nuevo). Lo que más me chocó de la ciudad en una primera impresión fue el caos circulatorio, el ruido; desafío al que se atreva a conducir aquí sin ser de la ciudad. De hecho, cruzar las calles es todo un deporte de riesgo, los coches no paran aunque tengas un paso de cebra. Luego me recogieron varios voluntarios y nos fuimos a comer, y de ahí a las instalaciones de Manitos Creciendo para ir a una de las ludotecas, la del asentamiento de Castilla. Creo que fue en ese momento cuando tuve la primera visión real de nuestro papel aquí.
El asentamiento se reduce a un montón de casas de adobe, estera y sólo alguna de ladrillo en una zona desértica. Según vamos andando por las “calles” por llamarlo de alguna forma, la arena se te cuela por todas partes. Lógicamente no hay agua corriente, sólo unas fuentes de tanto en cuanto donde acuden a coger agua a horas muy determinadas con unos cubos. Más adelante os contaré más cosas de la gente que vive aquí.
La ludoteca es una casita de adobe que fue construida por voluntarios junto con la vivienda situada a su lado. Esta vivienda es la casa de Maynor, un chico peruano que vive allí con su familia (son 7 hermanos y sus padres), que salió de Manitos y que sigue colaborando muy activamente con ellos. Mi primer contacto con los niños fue impresionante, son increíblemente cariñosos y te agradecen el que vayas a pasar un ratito con ellos allí. Cuando llegas todos te dan un beso, te abrazan y te llaman “miss, miss” como si fueras su profa… y eso que sólo es el primer día y no te conocen. Una de las niñas, que no tendría más de 10 años, iba con su hermanito pequeño, de unos 2, y no le soltó en ningún momento. Me sorprendió el sentido de la responsabilidad que tienen los hermanos mayores respecto a los más pequeños. Ella se moría de ganas de jugar, es una niña, pero no lo hizo hasta que no se aseguró de que alguien podía hacerse cargo de su hermanito pequeño. Es injusto ver que estas niñas no pueden disfrutar de su infancia porque en muchos casos se convierten en pequeñas mamás cuidando de sus hermanos.
Al volver de la ludoteca nos dirigimos a los locales de Manitos Creciendo y tuve ocasión de hablar con su coordinadora, Auri. Ella me explicó con todo detalle en qué consiste Manitos Creciendo, y todo lo que hacen allí. Manitos Creciendo es mucho más que formación, es enseñanza para la vida; se trata de un apoyo para que los adolescentes tengan un futuro. Auri me contó varias historias de ésas que te hacen preguntarte cómo en el siglo XXI podemos permitir que siga existiendo un mundo tan injusto; nos enseñó una foto de familia en la que aparecía una madre con sus dos hijos, uno de ellos de 15 años había muerto asesinado porque se dedicaba a pasar drogas y parece ser que tenía demasiada información que les interesaba a otras mafias, todo ello mientras la madre estaba en la cárcel. Lo que está intentando hacer Manitos es que su otro hijo no siga el camino de su hermano.
Como mujer, me interesó mucho también la labor que desarrolla Manitos para por un lado concienciar a las familias de que las niñas también tienen derecho a estudiar, que es algo que muchos padres no entienden, y las campañas de información sexual para evitar que niñas de 14 años se queden embarazadas, algo que por desgracia es muy frecuente.
Al día siguiente acompañé a Joaquín a Manitos Trabajando, que se encuentra al lado del Mercado de Piura. Aquí estuve hablando con Solange, la responsable del centro, que me comentó que en este caso se les presta apoyo a los niños que, aunque sí van a la escuela, están en riesgo de exclusión por el ambiente en el que viven. La mayor parte de los niños proceden de familias que trabajan en el Mercado, en el que están obligados a trabajar para poder ayudar al mantenimiento de las familias. Me comentaba la historia de un niño, que aunque acudía a la escuela, tenía 44 faltas de asistencia por tener que trabajar, o el caso de otro que su padre enfermó, se quedó inválido y su madre le retiró de los estudios primarios porque tenía que sacar adelante a la familia. Con Ruth fui a recorrer el Mercado, que me choca por sus malas condiciones de higiene. Hay una zona, que es la de los alcohólicos, con una especie de “bares” en las que me comenta Ruth están muchos padres de los niños de Manitos, y que no es recomendable recorrer si no vas acompañado.
Al día siguiente volvimos a la ludoteca, pero en este caso en el otro asentamiento, el de Los Angeles, pero muy similar al anterior.
Sigo con mi semana de inmersión, conociendo todos los proyectos que Manitos está desarrollando. Al día siguiente ya me asignan dos niñas en Manitos Trabajando, para encargarme de supervisarlas y ayudarlas a hacer sus tareas. Son Zaira Patricia y Jessica, que están en primaria pero tienen dificultades de aprendizaje. Son adorables. Espero ser su amiga durante este tiempo y que mi pequeña ayuda les sea realmente útil.
Esa misma noche estamos invitados a cenar en casa de Maynor, en el asentamiento de Castilla. Como comenté antes, Maynor colabora con Manitos porque gracias al proyecto, ha conseguido estudiar Mecánica, primero en Manitos y ahora a nivel superior en una Escuela Técnica. Vive con su familia en una casa de adobe al lado de la ludoteca. Son 7 hermanos y hermanas, y sus padres. Como ya he comentado, tanto la casa como la ludoteca se construyeron gracias al apoyo de voluntarios, y ellos están muy agradecidos. Antes vivían en una casa de paja, y ahora pasar al adobe para ellos ha supuesto una gran mejora. La madre tiene 36 años, pero aparenta muchos más, por la dureza de su día a día, lo mismo que su padre, de 42. En todo el tiempo que estamos allí, no dejan de sonreír y tratarnos con sorprendente amabilidad. Al estar allí, conozco un poco la historia de la familia. El padre se dedica a construir y vender bloques de adobe, por los que consigue sacar un equivalente a unos 300 euros al mes para mantener al matrimonio y los 7 hijos. Para ello se levanta todos los días de madrugada, y trabaja hasta el anochecer. Los dos hijos mayores, Maynor y Sadán, para ayudar a su padre se levantan todos los días a las 4 de la mañana, y a veces a las 3 para preparar el adobe y luego a las 8 ir a estudiar. Duermen una media de 3 a 4 horas al día, cuando pueden. Y a pesar de ello, siempre con una sonrisa. Maynor además como he comentado se dedica a colaborar en las ludotecas y en talleres que organiza Manitos Creciendo. Hablando con ellos, se ve que el padre tiene muchas esperanzas puestas en su hijo, le apoya y sabe que su formación puede ser una solución para salir de la situación en la que se encuentran.
Esa noche dormimos con sacos y mantas en la ludoteca, y nos levantamos al día siguiente, o mejor, esa noche a las 4 de la mañana con Maynor y Sadán para ayudarles a cargar los adobes en los carros tirados por los burros. Es noche cerrada. Cada bloque pesa unos 12 kilos, y los carros llevan un máximo de 60 bloques. Por el camino, mientras vamos detrás de los carros, conozco otros detalles de la familia. No siempre han vivido ahí. Antes vivían en una zona en la que para conseguir agua tenían que andar 8 horas de ida y 8 de vuelta, y su trabajo consistía en recoger chatarra. Lo chocante es que tenían que madrugar para coger la chatarra, porque se peleaban por conseguirla. Venir al asentamiento de Castilla en Piura ha supuesto para ellos una gran mejora. Ahora viven en una casa de adobe, y por lo menos en su “calle” hay una fuente donde coger agua a algunas horas del día. Y además los hijos de la familia estudian y tiene posibilidades de salir adelante.
A las 8 de la mañana yo estoy agotada, me parece increíble que sean capaces de ir a estudiar tan felices después de llevar bloques de adobe desde las 4 de la mañana!! Los voluntarios nos vamos a dormir un rato y a la tarde vuelvo con mis niñas de Manitos Trabajando y a la ludoteca, donde ayudo a otra niña con sus tareas.
Aparte de mi experiencia de voluntariado, disfruto lógicamente conociendo otra cultura. El idioma, aún siendo el mismo, tiene muchas diferencias, términos propios que poco a poco empiezo a conocer. El fin de semana aprovechamos para acercarnos a Chiclayo, que está a “sólo” tres horas de autobús de aquí. Las distancias aquí son enormes. Entre otras cosas, visitamos el Museo del Señor de Sipán, que recomiendo porque es realmente interesante. El lunes es el día de Todos los Santos, que aquí es un día de celebración destacado. Nos acercamos por la mañana a Catacaos, a media hora de Piura en combi (autobús). Hay muchos puestos de artesanía, sobre todo plata y cerámica. Un niño guía, César, se nos acercó por la mañana, y no se despegó hasta la tarde. Es un niño gracioso, espabilao, que nos acaba llevando a una Picantería a comer. El con eso se lleva su comisión, que nos confiesa, es un plato de comida y 1 sol. Por la tarde se celebra en la plaza, al lado de la iglesia de Catacaos, Los Angelitos, una tradición en la que aquellas personas que tienen un niño fallecido en su familia o en su entorno se acercan a otro niño de la misma edad que el fallecido y le dan un pastel típico y miel. Al final esta tradición se ha ido cambiando con el tiempo y finalmente cualquier persona puede ofrecer rosca y miel a los niños en la plaza.
Tras ver la celebración de Los Angelitos, nos acercamos al Cementerio de Catacaos, que hoy es una fiesta. A la entrada hay una feria, con diferentes puestos, y dentro, todas las tumbas están iluminadas con bombillas o luces de neón. La gente además lleva velas y se queda toda la noche e incluso el día siguiente velando a sus parientes fallecido. Para ellos el día de difuntos es una fiesta del reencuentro, donde las familias que hace tiempo que no se ven se juntan para la ocasión. Es impresionante ver el cementerio iluminado por la noche, otro momento más para recordar.