martes, 22 de febrero de 2011

Cosas del Perú 22

El pacífico se retira un momento y baja la marea, las aguas dejan ver un mosaico de piedras negras que salpican la bahía con sus largas cabelleras de algas verdes meciéndose con las escasas olas que logran sortear el arrecife.

-Vamos Chiqui, ya está seca.

Jimena “jala” de sus manos mientras Usiel le intenta sostener por la cintura. En torpe procesión descienden la rampa de arena y piedras que termina en el océano. La sal, su incondicional compañera, vuelve a entrar en los infinitos surcos de unas manos que hace tiempo dejaron de ser jóvenes y fuertes.

Hasta hace 10 años Chiquirato era el mejor pescador de la caleta, hasta esa mañana en que al salir de su casa le enviaron un “mal de ojo” en forma de viento que lo derribo.

Él me ha enseñado como construir una balsilla, como ligar un anzuelo, el nombre de los peces que cada tarde trae si hijo Pablo al volver de pescar. Él me ha contado la historia de la Tortuga, las costumbres de sus pobladores, sus alegrías y sus penas.

Chiquirato me ha enseñado otra forma de mirar al mar.

Sentado en una piedra enjabona sus manos y Usiel, con apenas 5 años, frota sus espalda con un puñado de algas mientras los otros niños juegan en la playa. Cuando termina de lavarse, Jimena lo saca del agua y lo deja en un lugar seguro, yo me siento a su lado y escucho. Arena y sandía, risas, juegos, charla y silencio.

El océano que no para, poco a poco se va llenando y las olas comienzan a vencer al arrecife, es la hora de volver. Con Chiquirato cogido de mi brazo entro en la casa de su hijo y pienso que preferiría vivir en la calle que entre estas cuatro paredes. Lo dejo en el rincón en el que ha pasado la mayor parte del tiempo los últimos 10 años, en el que pasará la mayor parte del tiempo que le queda por vivir. Lo dejo sentado en la silla de mimbre que le hace también de cama y sé que cuando vuelva lo encontraré ahí sentado, y sé que él estará esperando mi llegada para que lo lleve al mar.

Chiquirato nació en 1936 y hasta hace 10 años era el mejor pescador de la Tortuga.
Ahora está enfermo y su familia siente vergüenza por ello y sólo le dejan salir de casa para ir al barranco a hacer sus necesidades. Chiquirato es prisionero de su ancestral cultura y todos los días el mundo se pierde lo que sólo él conoce y nadie escucha.

Él sabe muchas cosas y yo apenas nada y las pocas que sé de nada sirve que se las cuente.

Para que va a querer saber Chiquirato que la enfermedad más extendida en la Tortuga es la diabetes a consecuencia de la mala alimentación.

Mientras él espera que se le quite el mal de ojo para volver a ser el mismo de antes, para que le puede servir saber que su ceguera ya no tiene cura.

Para que voy a contarle que existe la insulina si no tiene medios para comprarla.

Es mejor que no perdamos el tiempo que nos queda de estar juntos contándole todas esas tonterías y que en poder, cuando la marea nos deje, volver al mar.

En este momento Chiquirato estará sentado en su silla de mimbre y sabe que iré a buscarle una vez más y volveremos a conversar y también sabe que pronto regresaré a España.

Y yo sé que el mejor amigo que he hecho en la Tortuga, mi compañero de baños, se apaga mucho más rápido de lo que lo haría en un mundo  más justo y solidario. Pero esto tampoco se lo voy a contar.

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