DIARIO DE UNA EXPERIENCIA - VOLUNTARIADO EN PIURA (PERÚ)
Alguien dijo una vez "El infierno es la imposibilidad de la razón".
Hoy les voy a hablar del mercado de Piura y de lo que allí sucede. El mercado de Piura está situado en la Calle Sánchez Cerro. Es una aglomeración de puestos de venta de todo tipo de productos, dividida entre zona exterior y zona interior, y agrupados por oficios (los textiles, las frutas, las carnes, los repuestos, etc). Es el mercado central de abastos de la ciudad de Piura, por lo que el trasiego de gente desde primera hora de la mañana es intenso. No es una de las zonas más seguras de Piura, y menos por la noche, y en todas las guías te lo advierten, pero de día es un lugar por el que se puede caminar e incluso hacer compras.
Cuando cruzo el mercado no siento miedo, pero si cierta intranquilidad. Me acuerdo de una noticia que leí nada más llegar a Perú, en la que se recordaba la "balacera" que se produjo en marzo de este año en el mercado y en la que murieron 5 personas, con los consiguientes saqueos y desalojos. No hay nada peor que vivir con miedo, así que sigo mi camino sin pensar en nada más que en encontrar la ruta a Manitos Trabajando sin dar demasiadas vueltas.
En la ruta que sigo para llegar a Manitos encuentro un punto en la parte de atrás del mercado donde el hedor es insoportable, una mezcla entre carne en mal estado y huevos podridos. Las condiciones de salubridad creo que no son las más idóneas; sin embargo, la gente se aprovisiona allí prácticamente de todo. Es quizás, junto con los asentamientos de Castilla y Los Ángeles, el lugar donde la pobreza es más palpable.
Caminar por el centro del mercado te produce una mezcla de emociones, casi todas contradictorias; pero hay una que, percibiendo esa situación de pobreza sin distinciones, sobresale por encima de las demás, y es la sensación de que lo que viven es injusto, de que han tenido la mala suerte de nacer en el momento y el lugar equivocados. Esta percepción se confirma cuando observas a chiquitos de solo unos pocos años empujando carritos con mercancía o trabajando de porteadores.
Allí me encuentro con uno de los chicos del asentamiento de Los Ángeles, J. Lo conozco porque suele acudir a la ludoteca para realizar actividades y juegos con nosotros cuando el trabajo y sus responsabilidades se lo permiten. Hablo con él en el mercado, pero no puede demorarse demasiado porque tiene que seguir trabajando. No tiene más de 12 años, y sobre sus espaldas recaen gran parte de las esperanzas de supervivencia de su familia. Él lo sabe, y tiene claro que no va a evitar esa responsabilidad.
Por la tarde en la ludoteca charlamos un rato, y me explica su trabajo en el mercado. Luego de eso, vamos a jugar un rato al fútbol junto con su hermano menor M.. Hoy, como cualquier otro día, se lo han ganado... y con creces.
Hoy me ha gustado mucho lo que has escrito, muy duro pero con sentimiento.
ResponderEliminarAnimo Josele¡¡